Pensamiento Alternativo

sábado, junio 24, 2006

¿Por qué votamos?

Gilberto García Vazquez


La temporada electoral ha llegado a su etapa final. ¡Al fin!, dirán muchos. Este sentimiento, sin embargo, tiene poco que ver con la extensión de las campañas y más con su calidad. A los ciudadanos se nos requiere que optemos por la alternativa que mejor nos represente, pero a lo largo de meses se nos da poca información, información a medias, o solo grandes mentiras. Se supone que debemos tener la capacidad de visualizar las consecuencias presentes y futuras de las plataformas de los partidos políticos y sin embargo, esa información y ese debate no existen. Ante este vacío, uno no puede evitar preguntarse si la democracia electoral que hemos adoptado, y que nos sale tan cara, merecería mejores políticos de los que ahora tenemos.

La respuesta es no. De hecho, gozamos y sufrimos a los políticos que hemos cultivado en nuestro jardín electoral. Las reglas que rigen el comportamiento de los actores políticos se han desvirtuado tanto, que actualmente éstos responden menos a los ciudadanos y más a las burocracias partidistas y los intereses de particulares.

Los partidos políticos eligen a sus candidatos de formas que van de poco a no democráticas. En el Verde Ecologista prevalecen los derechos de sangre; en el PRI se premia la lealtad a la burocracia partidista o a los cacicazgos locales; en el PRD las cuotas y la adhesión a "corrientes internas" determina el aparecer o no en una boleta; en el PAN las elecciones son similares a las del Club Campestre -adecuadas para un club social, pero no para un partido político moderno. La suerte de los políticos, en mayor o menor medida, depende de burocracias partidistas, y no de la ciudadanía. Siendo así, ¿a quién le otorgan los políticos su lealtad? Cuando se discute un tema en el que hay intereses conflictivos entre lo que es conveniente para la ciudadanía y lo que es conveniente para el partido, ¿con quién comprometen los políticos su voto?

Con las campañas se supone que llega la fiesta democrática, el proceso en el que los ciudadanos tendremos la posibilidad de encontrar al candidato que mejor nos represente. Sin embargo, lejos de vivir un ejercicio en el que las ideas determinen el sentido de nuestro voto, nos encontramos embutidos en un pleito cuyo resultado final está en gran parte definido por el dinero, y no por los intereses de nuestra comunidad. Algo está definitivamente mal en el diseño y operación de nuestro llamado sistema democrático.

Los partidos políticos reciben grandes cantidades de dinero. El financiamiento público del 2000 al 2005 fue de 16 mil 500 millones de pesos. De acuerdo a un estudio del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), el dinero asignado a los partidos políticos durante el 2005 equivale al presupuesto federal para el Fondo de Aportaciones para la Educación Tecnológica y de Adultos. La justificación a estas ridículas cantidades de dinero no podría ser más cándida: para exponernos sus ideas, los políticos necesitan dinero. Y en su desesperación por desplegar masivamente sus maravillosas propuestas, los políticos podrían verse en la tentación de canjear dinero por compromisos indebidos. La solución: darles mucho del dinero de todos. Sin embargo, dejando a cándida de lado, la forma en la que ha evolucionado el sistema político en México ha hecho que los intereses particulares estén por encima de los intereses comunes. Por ejemplo, la llamada Ley Televisa. En una aberrante decisión la Cámara de Diputados (en votación unánime) y el Senado (con los votos a favor del PRI y del PAN, con la honrosa excepción del Senador Javier Corral), y con el expedito e irreflexivo consentimiento del Presidente Fox, formalizaron el monopolio televisivo. La decisión "democrática" de nuestros "representantes" limita la recaudación de recursos públicos por concepto de concesiones, y obstaculiza la posibilidad de democratizar los medios de comunicación a través de la competencia. Las burocracias partidistas se prestaron a esta estafa con base en sus intereses: otorgaron privilegios a cambio de coberturas televisivas positivas. No obstante los ciudadanos pagamos enormes cantidades de dinero en partidos y elecciones, no hemos garantizado que "el bien común" de Manuel Gómez Morín se anteponga al "véngase señor tu reino" de Madrazo, Espino, Fox, y compañía.

La forma en que los partidos políticos están organizados, así como la falta de controles ciudadanos, explica parte de nuestro enredo. Si los ciudadanos pudiéramos elegir a los candidatos, los políticos buscarían estar más en contacto con los intereses de las comunidades y menos con los de las burocracias partidistas. Si los ciudadanos tuviéramos el derecho de la reelección consecutiva, podríamos terminar la carrera política de quienes con su actividad publica nos defrauden. Sin embargo, los políticos deben en gran parte su suerte a las elites de sus partidos, por las que ni tú ni yo votamos. ¿En dónde nos perdimos? ¿Cómo hemos invertido tanto en una democracia que no está funcionando? ¿Cuándo y cómo sustituimos a gente de la estatura intelectual y moral de Manuel Gómez Morín, Heberto Castillo, Adolfo Christlieb Ibarrola, Efraín González Morfín, y Reyes Heroles, por los enanitos de Manuel Espino, Mariano Palacios Alcocer o el Niño Verde? ¿Cómo fue que les entregamos nuestro país?

El humo que se genera durante la temporada electoral deja poca claridad para elegir. Si lo único que sabemos de los candidatos es lo que nos dicen a través de los 20 segundos del comercial de televisión, destaca más su vestuario, maquillaje, altura, complexión, sonrisa, iluminación y arrugas, que sus idas y propuestas. Los ciudadanos terminamos eligiendo sobre la base de la tradición o la percepción superficial. Como están diseñadas, las campañas no nos facilitan la tarea de votar, e incluso cuando un ciudadano busca elegir con base en la razón, requiere de más tiempo y esfuerzo del que debería -encontrar coherentes propuestas de campaña es como bucear en las aguas negras. El día de hoy, uno de los más efectivos métodos para hacer campaña es la "estrategia del miedo", en donde las razones se esfuman para dar paso a las mentiras, o las verdades a medias. "Andrés Manuel endeudó a la Ciudad de México" No es verdad. La tasa de crecimiento de la deuda de la Ciudad de México fue responsable, menor que en 14 estados, y similar a la del gobierno federal. "Felipe Calderón firmó el Fobaproa". Como diputado, Calderón aprobó el supuesto endeudamiento de la Ciudad de México (aunque luego como en otras muchas cosas se lave las manos), pero nunca votó por el Fobaproa.

Con candidatos que invierten tanto tiempo y recursos en distorsionar la realidad, resulta más sencillo apegarnos a estereotipos heredados y percepciones irreales. Terminamos apoyando a la persona que menos representa nuestros intereses. Las técnicas de campaña están diseñadas para reforzar los estereotipos negativos o las cualidades personales de los candidatos por encima de los argumentos. Esto hace que las elecciones versen en la mercadotecnia. Parece, entonces, que el candidato que contrata a la mejor compañía de relaciones públicas tiene mayores posibilidades de ganar la elección. Y la mercadotecnia se paga con dinero... mucho dinero. Y al final, en medio del humo que se provoca con campañas de tan mísera calidad, uno se pregunta no sin razón: ¿Por qué votamos?

viernes, junio 16, 2006

A Río Bravo revuelto, ganancia de varios

Gilberto García Vazquez


El mundo se ha ido encaminando a la construcción de una “economía sin fronteras”, en la que los capitales enfrentan cada vez menores restricciones para viajar de un lugar a otro. Al mismo tiempo, países con significativas diferencias en salarios e ingresos han incrementado sus procesos de integración comercial, al amparo de discursos de modernidad económica y globalización. Estas dos tendencias explican parte del incremento de los flujos migratorios en el mundo. Un ejemplo de ello es la migración de mexicanos a Estados Unidos: si bien durante muchas décadas la población mexicana se mantuvo estable, a partir de los 80s comenzó a crecer exponencialmente. Actualmente, diez millones de mexicanos trabajan en Estados Unidos, aunque solamente 30% de ellos lo hacen de manera legal. De acuerdo al Servicio de Naturalización e Inmigración, durante las últimas dos décadas mas de dos millones de mexicanos ingresaron legalmente a trabajar, mientras que siete millones lo hicieron de manera ilegal. En los últimos quince años un numero de mexicanos equivalente a las poblaciones de Guadalajara y Monterrey se ha ido a buscar fortuna al otro lado. George Borjas, de la Universidad de Harvard, calcula que los mexicanos residentes en Estados Unidos representan el 29.5% de la población extranjera. Hoy, en Estados Unidos uno de cada cinco hombres entre 18 y 69 años es nacido en México. Al principio del artículo dije que economías abiertas e integración comercial eran dos de las variables que explican parte de la migración de mexicanos a Estados Unidos. Hay una tercera variable que no es necesariamente fruto de la globalización sino producto 100% nacional, denominada: “La Falta Crónica de Oportunidades en Casa”. Los últimos años se han caracterizado por incumplidas promesas de crecimiento y modernidad económicas. Si bien las “reformas” han traído algunos beneficios, también han provocado que siete millones de personas hayan dejado a sus familias para trabajar ilegalmente en otro país. Muchas de estas personas han migrado a través de largas caminatas por el desierto, y con el solo amparo de traficantes humanos y la buena de dios. Sus dolientes historias, sin embargo, han traído alegrías a algunos, o al menos alivio. La migración no sólo ha aligerado las presión social y política por la falta de empleos en México, sino que también ha producido la segunda fuente de ingresos en el país. Según en Banco de México, el año pasado ingresaron más de 14,000 millones de dólares en remesas. Para darnos una idea de lo que esta cantidad de dinero significa, valga una comparación. Las remesas que los paisanos enviaron a sus familias el año pasado equivale a todo el dinero invertido en infraestructura carretera durante los seis años de la administración del Presidente Vicente Fox. Con lo que envían los paisanos en dos meses se podría financiar la autopista Durango - Mazatlán. No cabe duda: a Río Bravo revuelto, ganancia de políticos ineficientes y economistas dogmáticos.

Políticas migratorias restrictivas, como las que está implementando el gobierno norteamericano, no solucionan los crecientes flujos migratorios. De acuerdo con el reporte anual del Centro Hispano PEW, cerca de 30% de los mexicanos dice tener intenciones de migrar a Estados Unidos para trabajar, y aunque a la mayoría le gustaría hacerlo legalmente –de preferencia como trabajadores temporales–, 20% de los hombres en edad adulta está dispuesto a migrar a Estados Unidos --aún sin papeles legales. Este numero es impresionante: uno de cada cinco varones entre los 18 y los 50 años está dispuesto a cruzar la frontera ilegalmente, a través de un ambiente hostil e incierto, para darle una vida decente a sus familias. Por ello, si bien los 6,000 soldados que ahora patrullan la frontera podrán disminuir en algunos el deseo de migrar, no lo harán en todos. Como la guardia fronteriza patrulla los puntos que presentan la mayor afluencia de inmigrantes, la militarización de la frontera tenderá a incrementar el cruce de inmigrantes por zonas aún mas hostiles. Esto significa el incremento de cruces fronterizos en condiciones climáticas y geográficas aún mas adversas, que aumentarán el montaje de cruces de madera para recordar a los que murieron en el camino. En los próximos meses veremos el lamentable y triste aumento de paisanos que fallecen en su intento de tener un trabajo remunerado. Pero como en este mundo todo se ha convertido en una transacción, y las transacciones se rigen por la ley del mercado, mayores dificultades para cruzar la frontera significan incrementos en las tarifas de los “polleros”. Es de esperar que además de mas muertes de paisanos, quienes trafican con humanos engrosarán aún mas sus chequeras. Tristemente, a Río Bravo revuelto, ganancia de polleros tranzas.

Es un discurso común en Estados Unidos entre políticos, líderes de opinión, editorialistas, comentadores de televisión, e incluso algunos “intelectuales”, que los inmigrantes latinos representan una amenaza. Los argumentos van desde “la contaminación de los valores, cultura y sistema de vida americano”, hasta la competencia desleal (ilegal) por empleos. Sin embargo, no hay evidencia empírica que muestre que los latinos despojan de oportunidades de empleo a los americanos, ni que contaminen su sistema de vida. De hecho es todo lo contrario. La mayoría de los mexicanos que emigran a Estados Unidos tienden a tener poca educación y escasa capacitación laboral, por lo que se ubican en el nicho del mercado de los denominados “unskilled workers”. Por otro lado, las barreras legales, culturales y lingüísticas hacen que incluso muchos de los que tienen educación universitaria no puedan desarrollarse en sus áreas profesionales. Los paisanos trabajan principalmente en restaurantes, granjas agrícolas, o como empleados domésticos, afanando espacios que los americanos no tienen la menor intención de ocupar. Es un hecho: los inmigrantes no quitan trabajo a los americanos. Lo que sí ha sido demostrado es que los inmigrantes ilegales reducen los salarios de los “unskilled workers”: hay estudios que demuestran que el efecto de los inmigrantes latinos en el mercado laboral norteamericano es la reducción en 8% del salario en este sector. ¿Es 8% una reducción significativa? Probablemente lo sea para el americano que ha decidido –o que no tiene otra opción- trabajar en las bodegas de Wal-Mart. Sin embargo, para la economía de Estados Unidos en su conjunto, el efecto del trabajo de los inmigrantes es altamente positivo. Los mexicanos en Estados Unidos no sólo se encargan de hacer el “trabajo sucio” sino también liberan de presiones fiscales a la sociedad norteamericana, secretamente colaborando en la promoción de la igualdad de género. Leah Vosko, en su libro Temporary Work, demuestra que gracias a los inmigrantes latinoamericanos las mujeres en Estados Unidos han podido integrarse de manera mas dinámica en el mercado laboral. En un país que pese a ser el mas rico tiene la peor seguridad social entre los países desarrollados, los inmigrantes se encargan de cuidar a los bebés y de atender a los ancianos enfermos, lo que permite a las mujeres adquirir su independencia económica a través de un trabajo remunerado. ¿Quien lo fuera a decir? Los temibles inmigrantes han ahorrado al gobierno y familias norteamericanas la construcción y operación de guarderías y casas de asistencia. Es en parte por los inmigrantes que se sostienen los valores y el sistema americano. Si bien hay una tendencia creciente de americanos que aprecian esto, no dejan de existir quienes de manera automática y tramposa culpan a los inmigrantes de todos sus males. Un día escuchaba atónito a un “activista” anti-migración decir que aborrecía a los mexicanos porque robaban sus empleos y seducían a sus mujeres. No cabe duda: A Río Bravo revuelto, ganancia de miopes.

Soy estudiante en Canadá. Antes de migrar a Canadá estudié y trabajé en Boston en las mejores condiciones imaginables. Paradójicamente, no obstante varios miembros de mi familia han sido inmigrantes ilegales en diferentes épocas y circunstancias, yo siempre he sido un visitante legal en Estados Unidos que se ha beneficiado por su ilegalidad. Mi educación fue pagada en parte con los dólares que se ganó mi viejo. Mis dos abuelos sudaron su frente en los campos agrícolas norteamericanos. Algunos tíos labraron su camino trabajando por algún tiempo en Los Ángeles y Chicago. Mi madre dio a luz a mi hermano en una clínica de California. Y como dije, mi caso es privilegiado. Hace un par de meses me casé con una gringa, una radiante pelirroja descendiente de inmigrantes irlandeses. En unas semanas, justo cuando termine con mis pendientes escolares, me iré a vivir con ella a New York, donde terminaré mi tesis. Esta situación me ha llevado a pensar en los Vazquez y en los García, así como en los López, los Espinosa y los Hernández, y en lo diferente y parecido que son nuestras historias al norte del Río Bravo. A pesar de que yo no tendré problemas para residir legalmente en Estados Unidos, ni tampoco se me podrá discriminar por falta de estudios o por no hablar inglés, la mía es la otra parte de la historia que sin embargo sigue siendo la misma. Soy el resultado del trabajo honesto --aunque en las sombras-- que durante años realizó mi viejo, y de la ausencia que de él sufrió mi madre. Mi vida, en muchos sentidos, es un producto de la migración mexicana a Estados Unidos. Por el sacrificio de mis padres yo no tendré que explicarles a mis hijos por qué su papá no puede quedarse a vivir en su país, o por qué se le denomina ilegal a pesar de tener un trabajo honrado. Sin embargo, no dudaré en comentarle a mis chicuelos que lamentablemente, debido a la ineficiencia y la corrupción de muchos políticos mexicanos, a la estupidez de algunos políticos americanos, a los estragos de políticas dirigidas por economistas conservadores y dogmáticos, a la sandez de algunos gringos miopes, y a la indiferencia de muchos mexicanos, nosotros somos un caso especial. Y precisamente por ser de los pocos privilegiados es nuestra responsabilidad hacer todo lo posible para que algún día, en Río Bravo revuelto solo haya ganancia de pescadores.

jueves, junio 15, 2006

Chiras pelas, o la multiplicación de las canicas

Gilberto García Vazquez


Una recurrente reacción a nuestra crítica a la propuesta fiscal de Felipe Calderón es que la desigualdad en los ingresos no es el problema de fondo en términos de justicia social, sino la pobreza. Si en México no hubiese pobreza, el que la riqueza se concentre en unos cuantos no es necesariamente preocupante. Similar argumento es el de Lorenzo Servitje en su artículo publicado por Reforma el 15 de Junio del 2006, titulado “¿Hay que acabar con los ricos?”. Lorenzo Servitje apunta como “simplista de algunos gobiernos [el querer] corregir drásticamente la distribución de la riqueza y del ingreso. En pocas palabras quitarles a los que tienen y dárselo a los que no tienen: enfrentar a ricos y pobres. ¿Es éste el camino?”, se pregunta Sertvije, para después concluir que “Ciertamente hay empresarios ricos, muy ricos. Uno les pediría que no cometieran excesos, que no hicieran ostentación de su riqueza y que fuesen muy generosos, ayudando a todo tipo de obras buenas, pero ése es un reclamo moral.”

Hay un punto fundamental en el que disentimos con estas opiniones. La desigualdad y la pobreza no son un tema moral, ni tampoco se resuelven con la generosidad “para todo tipo de obras buenas”. Se trata de un tema económico, social e incluso del sistema democrático. El que una comunidad sea tan agudamente desigual es en sí mismo un obstáculo a la democracia. No se pueden concentrar todas las canicas en una persona y esperar que el resto también tome parte del juego. El que el índice de Gini sea tan alto nunca será compatible con un país en la que exista “justicia social". Después de todo, desigualdad como la que hay en México no es resultado de la exclusiva capacidad empresarial de un grupo o de una persona, sino consecuencia directa de nuestra ineptitud para crear oportunidades para todos. No es que solo unos cuantos sean muy duchos para las canicas y así hayan “hecho la roncha”, sino que no le hemos dado chanza de entrarle al juego a los demás. No es descabellado asegurar que la gran desigualdad en que vivimos no es la derivación natural de un talento que le es exclusivo a pocos, sino del desperdicio en las sombras de la pobreza de los talentos de muchos.

Casi la mitad de los mexicanos vive aún debajo de la línea de pobreza -- lo que equivale a menos de $40 pesos diarios. Si dividimos la riquiza del país en $100 pesos, $45 se concentran en 10% de los mexicanos, mientras los restantes $55 se reparte entre el 90% de la población restante. Esta inequitativa distribución de la riqueza propicia que el 25% de los mexicanos no tenga dinero suficiente para adquirir alimentos. Y no hay indicios de que la gran inequidad se esté reduciendo.

La desigualdad es una falla de nuestro sistema democrático. Con esto no afirmamos que una sociedad democrática debiera ser perfectamente igualitaria, pero sí establecemos que una sociedad desigual es una carambola que inicia en un sistema que favorece a pocos -aunque sea por vías legales y sin la necesidad de ejercer ningún tipo de corrupción. Para ejemplo de la semana tenemos al “cuñado incómodo”. Si bien AMLO miente al decir que la empresa de Zavala, pariente político de Felipe Calderón, dejó de pagar impuestos gracias al ejercicio del único tráfico que en México nunca ocasiona congestiones, el de influencias, lo que no es mentira es que su empresa ha eludido el pago de fuertes sumas de dinero --que añadido a lo eludido por tantos otros haría un buen montoncito. Como tantas otras, la empresa de Zavala se ha beneficiado de un sistema fiscal en el que torear el pago de impuestos es mas sencillo que peinarle las greñas a Gerardo Torrado. Es un hecho que en México los mas ricos pagan menos impuestos que los menos ricos, mientras los mas pobres… chiras pelas. Con mejores abogados y contadores, son mayores las posibilidades de aprovechar los hoyos de un sistema fiscal que sospechosamente parece queso gruyere. Y esto es una tremenda y apestosa incoherencia.

Ante este planteamiento muchos pensarán “qué le pasa a estos chamacos, ¡claro que pago impuestos, y muchos!”. Sin embargo, para nuestro descargo valga decir que la evasión fiscal en México -legal e ilegal- es considerable. Tenemos una recaudación fiscal cercana al 15% del PIB, mientras países desarrollados y algunos que están en vías de desarrollo recaudan entre el 30% y el 50% del PIB. De acuerdo al SAT, la evasión fiscal en México es abrumadora: 40% de los negocios y el 70% de los profesionales y pequeñas empresas mienten en sus declaciones fiscales o de plano evaden cualquier forma de pago.

Al parecer la justificación de muchos para evadir impuestos es la desconfianza en el gobierno (debemos confesar que nos encontramos en entre las personas que por “defaul” no se fían de los políticos, independientemente del color del que se vistan). Corporación Latinobarómetro, con sede en Chile, publica anualmente los resultados de una encuesta latinoamericana sobre actitudes democráticas y cívicas. Con respecto a la confianza que tenemos sobre las personas que dirigen al país, en el año 2005 sólo el 27% de los mexicanos dijo fiarse de los políticos. Este es un porcentaje muy lejano al 68% de confianza que existe en Uruguay, 53% en Chile, 50% en Venezuela y 40% en Colombia. De hecho, México es uno de los países en América Latina con menos confianza en los políticos (y al parecer en los resultados de los reality shows). Pero como muchas cosas en esta vida, la confianza es una carretera de dos vías. En la misma encuesta destaca que Perú, Guatemala y México son los países que se caracterizan por tener mas baja legitimidad de las leyes, los derechos y las obligaciones. Esto es, no creemos que las leyes sean justas, y por lo mismo justificamos el no cumplirlas. En nuestro país, safin safado siempre es perdonado.

¿Quién es el culpable de esta situación? Al parecer nosotros, los ciudadanos. A pesar de que el 70% de los mexicanos creemos que el sistema democrático es el mejor instrumento para lograr el desarrollo, mantenemos una gran apatía política. Nuestra idea de participación democrática se reduce a votar. Sólo el 16% de los mexicanos consideramos que la democracia significa la construcción de una economía que asegure el ingreso digno de los ciudadanos (es decir, que se produzcan agüitas, tiritos, y se repartan), contra una gran mayoría que asegura que democracia se trata sólo de elecciones. A pesar de que el 77% de nosotros sospechamos que los políticos son corruptos (solo detrás de Ecuador, donde se cree que el 82% de los políticos le entran duro al atole), e incluso el 36% decimos conocer a alguien que se ha beneficiado o recibido privilegios por ser simpatizante del partido político en el gobierno (¡el porcentaje mas alto en América Latina!), el 53% de los mexicanos piensa que la política debe dejarse en manos de los políticos. No nos gustan los gobernantes, no respetamos lo que hacen, pero hemos decidido que la suerte del país es su bronca. Si bien solo el 24% dice estar satisfecho con la democracia (quizás 24% sea el porcentaje total de políticos, parientes de políticos, y otros beneficiados del sistema que habitan en el país), hemos decidido simular y, cada que haya elecciones, posiblemente votar. No resulta extraño ver que la mayoría de los espacios editoriales de los periódicos se consagran al “análisis” de los comicios y de los candidatos, como si votar fuera la única forma de hacer política en México. La esperanza en la democracia electoral, aunado a la desconfianza en los políticos, son dos elementos del conjuro colectivo que nos lleva a revelar la llegada de un nuevo país, de la mano del novel salvador, el día de las elecciones.

¿Pagar impuestos hasta que podamos confiar en los políticos, o pagar impuestos para poder demandar políticos profesionales, auditados y que rindan cuentas? Ésta es una pregunta pertinente cuando sólo 15% de los mexicanos cree que el uso de los impuestos es adecuado (sí, de nuevo, el porcentaje mas bajo en América Latina). En esta versión azteca del dilema del huevo o la gallina, como en todo dilema, la solución generalmente pasa por el aspecto mas simple. El primer paso para solucionar la encrucijada es convencernos de que es posible revertir los círculos de la pobreza, que está comprobado históricamente que para lograrlo es fundamental la acción del gobierno, y que éste se sostiene primariamente de los impuestos. Si como sociedad no invertimos suficientes recursos en educación, salud, alimentación y capacitación laboral, si no nos convencemos de la importancia de la solidaridad social para mejorar la calidad de vida del lugar en el que vivimos, estaremos renunciando a la oportunidad de garantizar un estándar de vida digno para todos, que es el verdadero significado de la democracia. Éste no es, como dice Servitje, un “argumento moral”, o una encrucijada en contra de los empresarios del país. Éste no es de ninguna manera, tampoco, un argumento contra la generación de riqueza y la capacidad empresarial de algunos, sino todo lo contrario. Se trata de un libreto que destaca la necesidad de aprovechar los talentos particulares para lograr el bienestar general. Si bien construir un país que ofrezca oportunidades para todos es una aspiración muy alta y quizás utópica, el mero empeño para lograrlo nos lleva al montaje de los espacios de oportunidad y las redes de solidaridad social que convertirán a México en un país fuerte, competitivo, innovador y en verdad empresarial. Creer que cada quien está por su cuenta, siempre y cuando cumpla con la ley -del mercado, del mas fuerte, de la gravedad- es desistir en la aspiración de erigir un mundo diferente.

Después de todo lo dicho, resulta aún mas paradójico que 59% de los mexicanos creamos que nuestros hijos vivirán mejor de lo que vivimos nosotros. Esto no solo demuestra nuestro optimismo a prueba de políticos sino también cierta ingenuidad. Somos también el país que se autopercibe como el más rico y en el que hay mejor distribución del ingreso de Latinoamérica. Sin embargo, lo que en verdad somos es el segundo país en América Latina, y el octavo en el mundo, con la peor distribución del ingreso. No hay canicas para todos, las que hay se concentran en unas cuantas manos, y es un hecho que las que nos faltan ni caerán del cielo, ni las multiplicará milagrosamente el mecías que habremos de erigir el dos de julio, ni tampoco saldrán de la caridad de los empresarios, los teletubies, o las hermanas de la caridad –por importante que pueda ser su trabajo. La solución pasa por la implementación inteligente y decidida de políticas públicas y fiscales progresistas.

Como sociedad podemos hacerlo mejor de como lo hemos hecho hasta el día de hoy. Vale la pena aspirar a construir un mundo justo. Para lograrlo es necesario levantar la mano, la voz, la imaginación, el espíritu, y no solo el voto o la limosna; o chiras pelas.