Pensamiento Alternativo

jueves, junio 15, 2006

Chiras pelas, o la multiplicación de las canicas

Gilberto García Vazquez


Una recurrente reacción a nuestra crítica a la propuesta fiscal de Felipe Calderón es que la desigualdad en los ingresos no es el problema de fondo en términos de justicia social, sino la pobreza. Si en México no hubiese pobreza, el que la riqueza se concentre en unos cuantos no es necesariamente preocupante. Similar argumento es el de Lorenzo Servitje en su artículo publicado por Reforma el 15 de Junio del 2006, titulado “¿Hay que acabar con los ricos?”. Lorenzo Servitje apunta como “simplista de algunos gobiernos [el querer] corregir drásticamente la distribución de la riqueza y del ingreso. En pocas palabras quitarles a los que tienen y dárselo a los que no tienen: enfrentar a ricos y pobres. ¿Es éste el camino?”, se pregunta Sertvije, para después concluir que “Ciertamente hay empresarios ricos, muy ricos. Uno les pediría que no cometieran excesos, que no hicieran ostentación de su riqueza y que fuesen muy generosos, ayudando a todo tipo de obras buenas, pero ése es un reclamo moral.”

Hay un punto fundamental en el que disentimos con estas opiniones. La desigualdad y la pobreza no son un tema moral, ni tampoco se resuelven con la generosidad “para todo tipo de obras buenas”. Se trata de un tema económico, social e incluso del sistema democrático. El que una comunidad sea tan agudamente desigual es en sí mismo un obstáculo a la democracia. No se pueden concentrar todas las canicas en una persona y esperar que el resto también tome parte del juego. El que el índice de Gini sea tan alto nunca será compatible con un país en la que exista “justicia social". Después de todo, desigualdad como la que hay en México no es resultado de la exclusiva capacidad empresarial de un grupo o de una persona, sino consecuencia directa de nuestra ineptitud para crear oportunidades para todos. No es que solo unos cuantos sean muy duchos para las canicas y así hayan “hecho la roncha”, sino que no le hemos dado chanza de entrarle al juego a los demás. No es descabellado asegurar que la gran desigualdad en que vivimos no es la derivación natural de un talento que le es exclusivo a pocos, sino del desperdicio en las sombras de la pobreza de los talentos de muchos.

Casi la mitad de los mexicanos vive aún debajo de la línea de pobreza -- lo que equivale a menos de $40 pesos diarios. Si dividimos la riquiza del país en $100 pesos, $45 se concentran en 10% de los mexicanos, mientras los restantes $55 se reparte entre el 90% de la población restante. Esta inequitativa distribución de la riqueza propicia que el 25% de los mexicanos no tenga dinero suficiente para adquirir alimentos. Y no hay indicios de que la gran inequidad se esté reduciendo.

La desigualdad es una falla de nuestro sistema democrático. Con esto no afirmamos que una sociedad democrática debiera ser perfectamente igualitaria, pero sí establecemos que una sociedad desigual es una carambola que inicia en un sistema que favorece a pocos -aunque sea por vías legales y sin la necesidad de ejercer ningún tipo de corrupción. Para ejemplo de la semana tenemos al “cuñado incómodo”. Si bien AMLO miente al decir que la empresa de Zavala, pariente político de Felipe Calderón, dejó de pagar impuestos gracias al ejercicio del único tráfico que en México nunca ocasiona congestiones, el de influencias, lo que no es mentira es que su empresa ha eludido el pago de fuertes sumas de dinero --que añadido a lo eludido por tantos otros haría un buen montoncito. Como tantas otras, la empresa de Zavala se ha beneficiado de un sistema fiscal en el que torear el pago de impuestos es mas sencillo que peinarle las greñas a Gerardo Torrado. Es un hecho que en México los mas ricos pagan menos impuestos que los menos ricos, mientras los mas pobres… chiras pelas. Con mejores abogados y contadores, son mayores las posibilidades de aprovechar los hoyos de un sistema fiscal que sospechosamente parece queso gruyere. Y esto es una tremenda y apestosa incoherencia.

Ante este planteamiento muchos pensarán “qué le pasa a estos chamacos, ¡claro que pago impuestos, y muchos!”. Sin embargo, para nuestro descargo valga decir que la evasión fiscal en México -legal e ilegal- es considerable. Tenemos una recaudación fiscal cercana al 15% del PIB, mientras países desarrollados y algunos que están en vías de desarrollo recaudan entre el 30% y el 50% del PIB. De acuerdo al SAT, la evasión fiscal en México es abrumadora: 40% de los negocios y el 70% de los profesionales y pequeñas empresas mienten en sus declaciones fiscales o de plano evaden cualquier forma de pago.

Al parecer la justificación de muchos para evadir impuestos es la desconfianza en el gobierno (debemos confesar que nos encontramos en entre las personas que por “defaul” no se fían de los políticos, independientemente del color del que se vistan). Corporación Latinobarómetro, con sede en Chile, publica anualmente los resultados de una encuesta latinoamericana sobre actitudes democráticas y cívicas. Con respecto a la confianza que tenemos sobre las personas que dirigen al país, en el año 2005 sólo el 27% de los mexicanos dijo fiarse de los políticos. Este es un porcentaje muy lejano al 68% de confianza que existe en Uruguay, 53% en Chile, 50% en Venezuela y 40% en Colombia. De hecho, México es uno de los países en América Latina con menos confianza en los políticos (y al parecer en los resultados de los reality shows). Pero como muchas cosas en esta vida, la confianza es una carretera de dos vías. En la misma encuesta destaca que Perú, Guatemala y México son los países que se caracterizan por tener mas baja legitimidad de las leyes, los derechos y las obligaciones. Esto es, no creemos que las leyes sean justas, y por lo mismo justificamos el no cumplirlas. En nuestro país, safin safado siempre es perdonado.

¿Quién es el culpable de esta situación? Al parecer nosotros, los ciudadanos. A pesar de que el 70% de los mexicanos creemos que el sistema democrático es el mejor instrumento para lograr el desarrollo, mantenemos una gran apatía política. Nuestra idea de participación democrática se reduce a votar. Sólo el 16% de los mexicanos consideramos que la democracia significa la construcción de una economía que asegure el ingreso digno de los ciudadanos (es decir, que se produzcan agüitas, tiritos, y se repartan), contra una gran mayoría que asegura que democracia se trata sólo de elecciones. A pesar de que el 77% de nosotros sospechamos que los políticos son corruptos (solo detrás de Ecuador, donde se cree que el 82% de los políticos le entran duro al atole), e incluso el 36% decimos conocer a alguien que se ha beneficiado o recibido privilegios por ser simpatizante del partido político en el gobierno (¡el porcentaje mas alto en América Latina!), el 53% de los mexicanos piensa que la política debe dejarse en manos de los políticos. No nos gustan los gobernantes, no respetamos lo que hacen, pero hemos decidido que la suerte del país es su bronca. Si bien solo el 24% dice estar satisfecho con la democracia (quizás 24% sea el porcentaje total de políticos, parientes de políticos, y otros beneficiados del sistema que habitan en el país), hemos decidido simular y, cada que haya elecciones, posiblemente votar. No resulta extraño ver que la mayoría de los espacios editoriales de los periódicos se consagran al “análisis” de los comicios y de los candidatos, como si votar fuera la única forma de hacer política en México. La esperanza en la democracia electoral, aunado a la desconfianza en los políticos, son dos elementos del conjuro colectivo que nos lleva a revelar la llegada de un nuevo país, de la mano del novel salvador, el día de las elecciones.

¿Pagar impuestos hasta que podamos confiar en los políticos, o pagar impuestos para poder demandar políticos profesionales, auditados y que rindan cuentas? Ésta es una pregunta pertinente cuando sólo 15% de los mexicanos cree que el uso de los impuestos es adecuado (sí, de nuevo, el porcentaje mas bajo en América Latina). En esta versión azteca del dilema del huevo o la gallina, como en todo dilema, la solución generalmente pasa por el aspecto mas simple. El primer paso para solucionar la encrucijada es convencernos de que es posible revertir los círculos de la pobreza, que está comprobado históricamente que para lograrlo es fundamental la acción del gobierno, y que éste se sostiene primariamente de los impuestos. Si como sociedad no invertimos suficientes recursos en educación, salud, alimentación y capacitación laboral, si no nos convencemos de la importancia de la solidaridad social para mejorar la calidad de vida del lugar en el que vivimos, estaremos renunciando a la oportunidad de garantizar un estándar de vida digno para todos, que es el verdadero significado de la democracia. Éste no es, como dice Servitje, un “argumento moral”, o una encrucijada en contra de los empresarios del país. Éste no es de ninguna manera, tampoco, un argumento contra la generación de riqueza y la capacidad empresarial de algunos, sino todo lo contrario. Se trata de un libreto que destaca la necesidad de aprovechar los talentos particulares para lograr el bienestar general. Si bien construir un país que ofrezca oportunidades para todos es una aspiración muy alta y quizás utópica, el mero empeño para lograrlo nos lleva al montaje de los espacios de oportunidad y las redes de solidaridad social que convertirán a México en un país fuerte, competitivo, innovador y en verdad empresarial. Creer que cada quien está por su cuenta, siempre y cuando cumpla con la ley -del mercado, del mas fuerte, de la gravedad- es desistir en la aspiración de erigir un mundo diferente.

Después de todo lo dicho, resulta aún mas paradójico que 59% de los mexicanos creamos que nuestros hijos vivirán mejor de lo que vivimos nosotros. Esto no solo demuestra nuestro optimismo a prueba de políticos sino también cierta ingenuidad. Somos también el país que se autopercibe como el más rico y en el que hay mejor distribución del ingreso de Latinoamérica. Sin embargo, lo que en verdad somos es el segundo país en América Latina, y el octavo en el mundo, con la peor distribución del ingreso. No hay canicas para todos, las que hay se concentran en unas cuantas manos, y es un hecho que las que nos faltan ni caerán del cielo, ni las multiplicará milagrosamente el mecías que habremos de erigir el dos de julio, ni tampoco saldrán de la caridad de los empresarios, los teletubies, o las hermanas de la caridad –por importante que pueda ser su trabajo. La solución pasa por la implementación inteligente y decidida de políticas públicas y fiscales progresistas.

Como sociedad podemos hacerlo mejor de como lo hemos hecho hasta el día de hoy. Vale la pena aspirar a construir un mundo justo. Para lograrlo es necesario levantar la mano, la voz, la imaginación, el espíritu, y no solo el voto o la limosna; o chiras pelas.

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